El otro día leí una serie de datos curiosos sobre Johnny Depp en una red social, y entre ellos había una frase que decía así: Alguien le preguntó a Johnny Depp el por qué tiene siempre una pinta melancólica, y el respondió “yo no necesito ser feliz para seguir viviendo“. Para el que no lo sepa, yo soy un melancólico confeso, y a la vez soy un tipo feliz. Leyendo esto os podréis imaginar que la frase acreditada a Johny Deep me pareció una verdadera chorrada. Y si busco en mi vida creo que mi melancolía empieza, seguramente, en el momento en que descubro, realmente, los videojuegos.
Hay varios momentos “melancólicos” que quiero compartir con vosotros.
El primer momento de melancolía es al jugar a Phantasy Star en 1994, habiendo salido el videojuego en 1986. Un juego que por aquel entonces me parecía lo más burro a lo que podía acceder (si, existía la Megadrive, las recreativas, la Super Nintendo y el PC, pero Phantasy Star tiene mucha magia). Al darme cuenta de que estaba jugando a un producto que me exponía a un mundo que podía explorar, un mundo que un grupo de seres humanos había inventado para gente como yo y que no conocía antes, me hizo sentir pequeño, insignificante, y con demasiadas cosas que aprender sobre este mundo llamado videojuegos.
El segundo momento fue al abrir un catálogo de Master System y ver la cantidad inmensa de títulos que tenía, para un chaval sin un duro de entonces era un catálogo inabarcable. Nadie podía prever que más tarde aparecerían los emuladores y yo no me imaginaba teniendo parte de ese catálogo, aunque así ha sido finalmente. Entre los videojuegos a destacar se encuentran, además del citado Phantasy Star (que si poseía), el místico Y’s, y un juego que me recuerda a una serie que todos conocemos: Cloud Master, también conocido como Chuuka Taisen, que a mi me recordaba a las nubes de la primera temporada de Dragon Ball. El juego me hacía pensar en la paz y la tranquilidad que debía haber en las montañas que mesan esas nubes. Y así, con trece años, servidor empezó a estar melancólico por la idea de un sitio que jamás había visitado.
Ese es, junto con alguna imagen de alguna revista de MSX, el primer momento de mi despertar videojueguil nipón. De imaginarme como sería jugar en su momento a los Goemon o el RPG de Ranma de Super Nintendo, como sería discutir con los compañeros de colegio sobre Fantasy Zone, Alex Kidd o Wonderboy mientras en las tiendas de merchandising o los kioskos, o incluso en la televisión, había productos relacionados con esos juegos, o se creaban obras similares.
La verdad es que me lo tomaba muy a pecho. Por ejemplo, mi estado de cabreo al ver cómo se abandonaba a la Master System me hizo llegar a escribir (creo que fue a Game 40) una carta que más tarde fue premiada con un juego, el terrible Pray for Death. La carta decía algo así como “la culpa es de la Super Nintendo“, y en ella explicaba que la Master System (y la Game Gear) tenían mucho amor en sus chips para dar a los jugadores pero que Sega, al ver la Super Nintendo y su fuerza, prefería centrar esfuerzos en la Mega Drive para poderle plantar cara. Entonces no era consciente de que una consola pudiese “morir”, o que la tecnología podía hacer que apareciesen nuevos sistemas de juego o modelos de negocio que barriesen a lo actual.
Años más tarde, cuando los emuladores empezaron a proliferar, me pegué una paliza a base de disfrutar títulos de ordenadores y consolas de 8 a 16 bits a los que no había podido acceder antes. De esa manera pude al menos acercarme a unas sensaciones que no había disfrutado en su momento y pude mitigar mi melancolía al pensar en ellos.
Me parece muy curiosa esa melancolía por algo que no hemos vivido cuando tocaba. No es la melancolía de un lugar que abandonas, de alguien que ya no está, o de una situación que ya no disfrutas. Es una melancolía por un imposible, por una situación que no se dio, que no se puede repetir, y que seguramente sea distinta a como la imaginamos.
Pero a la vez, esta, u otras formas de melancolía, no nos tienen que evitar ser felices. La felicidad debe ser independiente de estados anteriores, y cada cual tiene que saber como encuentra la suya. Y a veces esa felicidad incluye unas gotas de melancolía, igual que no todas las lágrimas tienen porqué ser amargas.
+1
Te dije que cuando vivía en Gales me leí (por encima, claro) todas las EDGE desde el número 0 en la biblioteca nacional ? ^_^
Que romántico 😉
Claro, es la misma tristeza de los besos que no dimos, de los polvos que no echamos, del coche nuevo que no tuvimos, etc. Es que es lo mismo: los juegos que no pudimos jugar en su momento; una novedad eterna, juegos viejóvenes, juegos inmortales.