Out There, perdido y sin destino

Por Author Raúl García Luna el 31 de marzo de 2014.

A veces es molesto reconocer la verdad, y es que no todo el mundo está hecho para vestir a rayas, de traje, o ir en vaqueros. Encontrarle amigos al cuero a veces resulta complicado. Y ni siquiera los modelos sirven para vestir cualquier tipo de vestimenta sin algún ajuste. Pero cuando encuentras a alguien a quien le encaja ese tipo de ropa, bien sea por su estilo personal o fisionomía, la tela suele lucir bien. Del mismo modo, no es fácil encajar cualquier mecánica en todo videojuego. Explorar espacios complejos en un juego de acción rápida puede obligarnos a despertar de la orgía de sangre digital y arruinar la experiencia pero en otro título tal vez sea el verdadero motivo para seguir avanzando minuto a minuto.

Out there, del pequeño equipo francés Mi-Clos Studio, es un videojuego modesto al que las rayas le sientan extremadamente bien. El título toma como punto de partida un momento futuro en el que la humanidad se encuentra exhausta, sin apenas recursos, y ha emprendido una misión desesperada de un solo hombre a una de las lunas de Júpiter. Sin embargo, algo ha salido mal y cuando nuestro protagonista sin nombre despierta cae en la cuenta de que no se encuentra ni en Ganímedes ni en nuestro sistema solar. Un encuentro fortuito con una estación alienígena abandonada le hace comprender que aún puede encontrar respuestas y emprende un viaje por toda la galaxia para conocer la verdad de lo sucedido.

Perdidos en el espacio, sin mapa ni compañía

Nuestra nave estaba preparada para un viaje corto y por tanto no incorpora reservas de ninguna clase. Deberemos usar constantemente hidrógeno o helio para alimentar sus motores tras cada salto entre sistemas o planetas. Cualquier reparación en el casco de la nave gastará nuestras reservas de hierro y las expansiones del instrumental devorarán todo tipo de minerales exóticos. Ni tan siquiera la atmósfera del habitáculo es capaz de mantenerse respirable sin aportes constantes de oxígeno. Viajaremos en una nave con un mantenimiento terriblemente alto, como si de una Destino errante en el drama Stargate Universe se tratase. Aunque siempre existe la posibilidad de abordar cualquier nave abandonada, tal vez mejor en algún aspecto, e intercambiar las reservas del hangar.

Podría parecer una tarea algo tediosa, y desde luego resultaría difícil de encajar en un título de rol o disparos, pero la exploración en el juego de Mi-Clos es un caramelo muy dulce. Tras muchos de los saltos interplanetarios podemos recibir intrusos alienígenas abordo, encontrarnos con pecios y estaciones completas abandonadas, o sufrir de las inclemencias producidas por algún sol en sus peores momentos. Los planetas también guardan sorpresas ya que muchos de ellos son habitables y han desarrollado vida inteligente con la que podemos comunicarnos e incluso comerciar. No sería de extrañar que algún jugador comenzase a pensar en nuestro avatar como en una especie de dios que se pasea por mundos subdesarrollados violando la primera directiva de la flota estelar de la serie Star Trek, la que nos exige no interferir con la evolución de otras culturas, y lo cierto es que entre nuestras opciones puede llegar a incluirse la de terraformar planetas para que permitan albergar vida o la de destruirlos.

Buscando el sentido de la vida, el universo y todo lo demás…

Ni la sombra de una muerte inminente acechando tras cada salto empañan el viaje, de hecho ocurre todo lo contrario, y el que la necesidad siempre guíe en parte nuestro periplo le añade la suficiente aleatoriedad al cambiante universo como para repetir partida a partida. Y, aunque los gráficos no acompañen la narrativa a menudo más allá de unas cuantas líneas de texto, opciones y algunos dibujos, la pequeña historieta que teje a lo largo del viaje puede mantener con soltura el interés del aficionado de la ciencia ficción y la gestión de recursos.

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