When you walk through a storm,
hold your head up high,
and don’t be afraid of the dark;
at the end of the storm there is a golden sky…
Escribo esto perdido en mitad de la nada, sentado en la taza del WC y desde el metro. No, no cargo todo el día con el portátil ni tengo una grabadora que pasar a mi secretaria, es el maldito móvil. Un aparato al que me resistí con uñas y dientes y al que no le tengo ningún aprecio pero que se ha convertido en una especie de cordón umbilical entre yo y el mundo a costa de dejar muchos cadáveres en el camino.
Este hijo bastardo de un bote de yogur con hilo de pita y un ladrillo primero borró a las cabinas telefónicas de mi vida. La verdad no me importó perder de vista esos urinarios públicos con teléfono así que cuando poco después acabó también con las radios portátiles, los walkmans, las cámaras de fotos, las revistas, los periódicos, los blocs de notas y las agendas no le di mucha importancia. La de peso que me ha quitado de encima este devorador de tecnologías. Pero hasta ahora hay algo que no ha conseguido borrar ni de mi vida ni de mi bolsillo: las consolas portátiles.
Y eso que lleva años intentándolo. ¿Recuerdan aquel Snake de Nokia y sus cientos de clones? Tenía enganchados a todos los poseedores de móviles pero que no llegaba ni a la mitad de la suela del más básico juego de GameBoy. Claramente fue uno de los puntos clave en el nacimiento del «casual». Según fue creciendo el mercado y los móviles aumentaron su potencia comenzaron a aparecer videojuegos técnicamente dignos de un sistema de 8 bits pero con unos controles dignos de una retro-excavadora vieja y oxidada. Entonces apareció de la nada Apple, cogió la pantalla táctil y la potencia de las PDA, las posibilidades de los móviles y el sistema de venta de los supermercados, lo envolvió todo con un precio exorbitante y lo llamó iPhone. Demasiado caro, juegos poco interesantes y encima de Apple. Buen intento pero NDS y PSP seguían siendo las reinas de la diversión portátil. O eso pensaba.
Andaba yo el otro día en el tren medio dormido a causa de Phantasy Star Online para PSP (no lo compren, aburriría hasta a las piedras) cuando decidí ir a tomar un café. Por pura deformación durante mi peregrinaje hasta la cafetería decidí comprobar cómo pasaba la gente el tiempo y, oh sorpresa, por cada PSP o NDS había cinco o seis personas jugando con su móvil de última generación. Angry Birds, Game Dev Story, Solomon’s Keep, Asphalt 6, Real Football 2011… ya no estábamos hablando solo de tonterías de cinco minutos mal implementadas si no de juegos complejos con los que puedes pasar horas y horas. Cuando por fin el café empezó a circular por mi cuerpo y el cerebro salió del modo automático caí en la cuenta: los móviles ya han herido de muerte a las portátiles.
Sí, tienen limitaciones, los controles aun son algo bruscos y al no ser un aparato para jugar no tienen juegos vende-sistemas pero ¿qué nos puede ofrecer una portátil que no nos de un móvil? A la PSP hace tiempo que se le oyen sus últimos estertores, la PSP2 tiene pinta de ser un teléfono más, la DS lleva meses viendo como se hunden sus ventas, la 3DS parece un simple “más potencia Scotty” con un 3D que poco aporta. Además los juegos de estas máquinas son caros en comparación y requieren ir a la tienda a comprarlos. A las portátiles tan solo les quedan los juegos complejos pero llevan años huyendo de ellos en pos de una idílica entrada al mercado de masas, un mercado que en cualquier momento puede darse cuenta de que en su bolsillo ya hay un aparato que hace todo lo que hacen estas pero mucho más barato y casi igual de bien.
Me pregunto qué plan tienen en mente los directivos de Sony y Nintendo. Yo mientras tanto he dejado de pasear mis consolas. Eso sí, el móvil siempre está en el bolsillo.
Walk on, walk on with hope in your heart,
and you’ll never walk alone,
you’ll never walk alone.
El problema reside en que cualquier teléfono libre con capacidad de hacer sombra a una portatil actual (recordemos que son de 2004) por lo menos duplica el precio de una de las videoconsolas, amén de controles que no tienen comparación.
Sin embargo, bien es cierto que el precio de un juego que puede proporcionas horas y horas de diversión en un dispositivo y otro, son del orden de al menos 10 a 1, pues juegos como Angry Birds cuestan 0,79€ en iPhone y 0€ en Android (con publicidad, eso sí), o los cerca de 4€ del Dungeon Hunter, son precios más competitivos que los 30€ que piden por muchos juegos de PSP y DS.
Lo que siempre hay que tener en cuenta es el problema de las baterías, que creo que es donde reside la esperanza de las portátiles, ya que si utilizas un smartphone para jugar, verás que las posibilidades de llamar, mandar mails, navegar… desaparecen más rapido de lo que nos gustaría por el drenaje de energía que hacen los juegos. Y realmente es una putada que no puedas hacer una llamada (importante o no) por haber pasado demasiado tiempo matando cerditos verdes.
Posiblemente la fabricación de nuevos móviles integre el concepto de «jugabilidad» en su diseño estructural