Como todo buen diseñador de videojuegos, tengo que estar constantemente probando nuevos títulos. Devorando más y más propuestas de mecánica de juego, comprobando nuevas ideas de HUD, observando reiteradas incursiones en el terreno de la narrativa cinematográfica o simplemente conociendo originales planteamientos o protagonistas. Esta actividad, que considero completamente imprescindible y altamente formativa, me resulta muy difícil de justificar porque para el ojo inexperto puede parecer que simplemente me estoy viciando como un cosaco con los pies por encima del respaldo del sofá. Pero no es cierto del todo. Que conste.
¿A qué viene todo esto? Pues a que hace relativamente poco me agencié un ejemplar de Demon’s Souls, ese título que está considerado como el mejor juego de rol para PS3 y que es conocido por su dificultad extrema. Y sí, ya sé que no es precisamente actual (este año se lanzará su secuela), pero es un título al que tenía pendiente jugar desde hace tiempo y además este es el apartado de opiniones, no de noticias, así que la actualidad no es un factor que se pueda considerar relevante… pero basta de divagaciones, vayamos a la «chicha» del texto.
Demon’s Souls es difícil. Es muy difícil. Me ha provocado algo que hace tiempo que no me pasaba: ¿sabéis esa sensación de furia y frustración que te hace sujetar el mando con fuerza y estar a punto de tirarlo al suelo? Incluso puede ir acompañada de un pequeño gesto, como iniciando el movimiento, hasta que te controlas y piensas: «no, que se rompe». Pues eso.
¿Y en qué se basa esa dificultad? Para empezar, el juego penaliza duramente la muerte. Todas las almas (experiencia) que teníamos en el momento de morir se quedarán en nuestro cadáver, y tendremos que volver a ir a buscarlas para recuperarlas. Eso puede llevar horas, en según que situaciones, e implicará volver a acercarnos al peligro atroz que nos mató la primera vez. …Seguir leyendo +