Theme Hospital, El síndrome Molyneux

Helados. Como témpanos nos dejaba un afligido Peter Molyneux mientras que, con elocuentes lágrimas en el rostro, se sinceraba a través de la entrevista que el genio de los god games concedió a un conocido blog británico. Cierto es que el creativo y artesano del vaporware atesora históricamente un abultado historial de éxitos, y otro no menor de decepciones. Y sin embargo, parece que el peso de la incertidumbre está superando al gigante tras Populous o Fable. El equipo que el británico lidera se mueve entre arenas movedizas a causa de Curiosity, un incomprensible experimento cuya ejecución técnica el autor califica de “desastre”.

No creo que viva mucho

Molyneux se derrumbó no obstante cuando el entrevistador puso en duda la confianza de los usuarios para con la financiación vía Kickstarter de GODUS, el nuevo proyecto de 22 cans. “No puedo culpar a la gente por no creer (…). He dicho cosas. Ojalá no las hubiera dicho. Pero es que… sigo creyendo tanto.” Tales palabras sin duda ilustran la trayectoria y filosofía del autor, a la par que evidencian la mala combinación entre una mente demasiado inquieta y una lengua, como mínimo, igual de rápida. Sin embargo, grandes éxitos y fracasos aparte, la importancia de la obra de este autor sigue siendo innegable. Su irrefrenable afán renovador y las artes de la venerable Bullfrog fueron los responsables de grandes títulos pretéritos, forjados todos ellos en base a más de una idea poco convencional.

Sirva de ejemplo Theme Hospital, título que si bien se refleja en otra de las criaturas de Bullfrog como el eterno Theme Park (1994), recoge el testigo de la microgestión y el sistema tycoon, trasladando la temática a un campo en teoría poco dado a la carcajada. Lo mejor de todo es que esta pretendida descontextualización no es óbice para que el humor negro se convierta, por méritos propios, en el auténtico protagonista de una ensalada viral de pacientes cabezudos, inoportunas diarreas pasilleras y enfermeras al borde de un ataque de nervios. Ni el mismísimo doctor Gregory House en persona podría despachar pacientes con la premura y mala baba que permite —y de hecho, fomenta— Theme Hospital. Partiendo de poco más que un descampado, el objetivo no es otro que construir el mayor hospital de la zona, desplumar a cuantos pacientes podamos, y competir al mismo tiempo con una serie de entidades sanitarias rivales que, francamente, no tienen vela en este… ejem, quirófano.

Jugando a los médicos

Como «Hospital Keepers«, nuestra función administrativa abarca desde el establecimiento de las consultas y la contratación de los especialistas, hasta la colocación de la planta más insignificante o la potencia de la calefacción. En tanto que los pacientes gozan de libre albedrío, la adecuada disposición de los servicios es crucial de cara a una atención rápida, el que es a la postre el más importante de los factores. Muchas y muy variopintas enfermedades nos esperan, y conforme vamos superando niveles y accediendo a mejores medios, lógicamente nos las vemos cada vez en situaciones más peliagudas, y es que maquinaria estropeada, enfermos enfurruñados y pasillos regados de pota nos harán ser cada vez más conscientes de los obstáculos de la profesión.

Por descontado, cada vez hay más enfermos y situaciones distintas, por lo que la planificación primero (y la microgestión después) pueden hacer pero que muy caótico el funcionamiento del hospital. Sin duda la labor hospitalaria es una amante muy exigente, y apenas un parpadeo más remolón de lo debido puede dar al traste con un delicado y entretenido equilibrio. Si somos capaces de reducir la mortalidad a unas tasas aceptables, mantener la reputación y contentar al personal, quizás podamos optar a un puesto mejor. En caso contrario… caos. Un simpático caos y colorido caos, a propósito.

Sin embargo no todo el monte es orégano, y ni el filtro de la nostalgia —siempre sesgado— ni mi amor incondicional por el “simulador” de Bullfrog consigue sepultar bajo la alfombra las muchas y variadas carencias de este Theme Hospital, descollando especialmente el desquiciante doblaje o la tozudez de una IA que cojea en demasiadas ocasiones. La cuestión es que tales lacras dan exactamente igual, y en última instancia, el sólido sistema de juego y la diversión pura y dura son lo único que cuenta en un juego sin complicaciones ni aspiraciones más allá de lo obvio: averiguar cómo sacarle los cuartos a los desventurados pre-fiambres que pongan pie en el hospital, y reírnos muy fuerte en el proceso. No hay queja posible a ese respecto, y huelga decir que una vez dentro de la mecánica empresario-hospitalaria, lo único difícil es parar. Seca esas lágrimas, Peter. Aún queda mucho por descubrir.

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